Fragmentos del Ramayana
I
Así el
rey de los lógicos exclama,
Para
probar el sólido cimiento
De las
virtudes místicas de Rama:
-¡No
sabes, oh varón, cuanto lamento
Rebajada
encontrar la inteligencia
Al nivel
del común entendimiento!
¿Que
pensador no tiene la evidencia
Que de
los libros santos y morales
Fueron
hechos por hombres sin conciencia,
Para
engañar a los demás mortales
Y
hacerles dar sus bienes sin violencia?
He aquí,
en resumen, su doctrina toda:
Ofrece
sacrificios,
De santa
austeridad vive en el ocio,
Consúmete
en anillos y en cilicios
Y entrega
tu dinero al sacerdocio.
¡Oh rey
sencillo, de tu mente loca
Aparta el
religioso devaneo;
Sólo lo
que se ve, se gusta y toca
Es digno
de tu amor y tu deseo.
Dime: ¿De
tus abuelos cual ha sido,
Con ser
reyes magnánimes, la suerte?
De la
tierra, ¡infeliz! los ha barrido
El soplo
emponzoñado de la muerte,
Y nadie
saber puede a donde han ido.
El ciego
fanatismo se imagina
Que está
donde él desea.
¡Oh, cómo
el ignorante se fascina
Con el
sueño mentido de una idea!
A nuestra
vista la verdad se esconde
Nada hay
seguro que cierto sea,
¿El mundo
mismo existe? Dime donde.-
Como
elefante enfurecido, Rama
Escucha
airado la palabra atea,
Y con voz
del aquilón exclama:
-Imposible
es que el pecho me taladre
El
aguijón punzante de la duda;
La santa
fe lo escuda,
La santa
fe que le infundió mi padre.
Así como
el caballo generoso
Obedece
al señor que lo domina,
Y es
esclava la esposa de su esposo,
Me rindo
a mi Padre a la doctrina.
Y
resucito a tu voz,como a la saña
Del
huracán furioso
Resiste
inquebrantable la montaña.-
II
-¡Vuélveme
a Roma, tirano!-
El
anciano Rey, oyendo
Que su
esposa le acrimina
De Rama
por el destierro,
Traspasado
por la pena
Y el
cruel remordimiento,
Cayó,
cerrando los ojo,
Desvanecido
en su lecho;
Mas, a
poco, recobrado,
Así le
dice, gimiendo:
-Por el
amor de tu hijo,
Esposa
mía, te ruego
Que en
mis heridas no pongas
De tus
quejas el veneno.
Si me
quieres, no me acuses.
Tus
suspiros y lamentos
Son para
mí más terribles
Que el
estallido del trueno.
Te juro
en mi agonía,
No me
abrumes con el peso
De tu
dolor, ya que tanto
Me
abruma, a su vez el cielo.-
Al oír
estas palabras,
Que
desbordadas salieron
Entre
sollozos profundos
De un
corazón ya deshecho,
La Reina
cayó a las plantas
De su
esposo, y reprimiendo
Su dolor,
juntas las manos
Como
quien reza en el templo,
Y la
undosa cabellera
Esparcida
por el suelo,
Le dice:
-¡Rey de
los hombres!
Perdona
si el sentimiento
Me hizo
pronunciar palabras
Que ser
no dichas debieron.
La mujer
a quien su esposo
(Que es
de los dioses espejo)
Con
entrambas manos juntas
Dirige
lloroso un ruego,
Si a sus
súplicas no accede
Y desoye
sus lamentos,
Ni en
esta ni en la otra vida
Encuentra
paz ni consuelo.
¿Que te
dije en mi amargura?
Al hablar
el sufrimiento,
La voz de
la inteligencia
Guarda
profundo silencio.
¡El
dolor! No tiene el hombre
Enemigo
más tremendo.
Obscurece
la memoria,
Anubla el
entendimiento,
Acaba con
la paciencia
Y hace al
piadoso blasfemo.
Puede
curarse la herida
Que causa
un tizón ardiendo;
Mas la
que hace la triteza,
¡Oh caro
esposo! en el pecho,
Esa que
viene del alma
Y crece y
crece en silencio...
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